Jacobo Zabludovsky
S.M. Nulo I
06 de julio de 2009
El rey ha muerto. Viva el rey. Sobre el sepulcro de la política repudiada se coloca el trono de Nulo I. Una nueva dinastía sustituye a la anterior.
Ayer, el voto nulo se presentó con la autoridad de quien decide. No importa el porcentaje regateado que se le reconozca al voto nulo. Vale su influencia en un proceso electoral que, a medio sexenio y sin Presidencia en juego, pasaba inadvertido. Cobró vida al irrumpir en su cauce el voto iracundo, razonado o hastiado de lo mismo. El voto nulo, mínimo en su porcentaje, ganó ayer la elección por el peso de su lógica.
La corriente pública contra una ley electoral injusta que reserva a los partidos políticos la exclusividad del registro de candidatos a puestos de elección popular, nació en las pasadas elecciones. Hace tres años voté por un candidato no registrado a la Presidencia del país. Por todos los medios a mi alcance hice público mi voto protesta, voto llamada de atención, voto calificado nulo que considero la mecha de este movimiento, alimentado, tres años después, ahora, por ciudadanos pensantes, discípulos de Obama en el uso de internet para burlar la falta de acceso a los poderosos medios electrónicos.
Cuando los políticos que hicieron la ley para servirse de ella se dieron cuenta de que había entrado un ladrón, ya lo tenían en su cama, acostado entre ellos y el ciudadano común y corriente. Un ménage a trois traumático. Tan seguros estaban del uso inmaculado y sagrado de su lecho que salieron tarde a pedir socorro. El voto nulo ya había logrado lo que cualquier joven fogoso suele practicar en esos casos. No sólo había gozado en forma depravada de algunos favores no solicitados: había llegado para quedarse.
Desde el presidente Felipe Calderón hasta el director del Instituto Federal Electoral, entre morralla de menos peso, reclamaron al intruso el presentarse sin permiso. Qué desvergüenza, cómo se atreve, fuera de aquí, zape plebeyos, adúlteros, violadores de hogares benditos. Pero al voto nulo le gustó el deleite, por lo menos compartirlo de vez en cuando, y decidió que la cama king size podía acoger (perdón) a uno más. Y a los clamores y gritos desesperados de auxilio acudieron voluntarios que lejos de consolar a los plañideros se aliaron con el travieso.
El voto nulo llegó como la humedad que carcome las paredes de la casa política. Difícil establecer por dónde se coló y por eso tan problemático. Ayer se vio a qué grado sirve para algo tan útil como conmover a quienes nada temen porque tienen el poder por el mango. Debían empezar por cambiarle el nombre. No le va lo de nulo. Influyó como ningún otro factor en el propósito de los votantes. Estimuló la asistencia a las casillas, al poner en manos de ciudadanos irritados una salida a su furia. Una salida tranquila, legal pacífica.
No me extrañaría que terminado de contar el último voto se olvidaran del mensaje depositado ayer en las urnas. Me refiero a los políticos. Reaccionan los más como borrachos apachurrados por la cruda. Les dura algunas horas, toman su alkaseltzer y vuelven a las mismas. Lo malo, para ellos, es que desde ayer las mismas ya no son las mismas. Son otras. Las reglas deben cambiar. Si el criterio de los políticos sensatos, los menos, se impone, la lección no caerá en el vacío. Un sector influyente de la población exige un cambio no sólo de la ley electoral, cuya reforma debe ser el principio de una adecuación a la nueva realidad, sino de la posibilidad práctica de llamar a cuentas a políticos corruptos o ineptos, o ambas cosas, cuya impunidad es hoy uno de los mayores motivos de irritación entre tantos que agitan a los mexicanos.
La mitad del sexenio cronológico termina en diciembre. La mitad del político terminó ayer. El balance de lo andado no permite esperar mucho de lo que resta por andar. Si en este lapso no hubo voluntad o fuerza para satisfacer a acreedores siempre hambrientos, no parece que la ruta de salida vaya a ser distinta a la de entrada.
Sin embargo, mantengamos la esperanza, qué nos queda. Tal vez el fenómeno que culminó ayer en las urnas ilumine y alerte al caminante, para que caminemos con él. Si no…
El mapa de la ley tiene senderos que podemos recorrer por nuestra cuenta. La soberanía, dice el 39 constitucional, reside en el pueblo, que en todo tiempo tiene el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.
Nosotros, los del voto nulo. Fuenteovejuna.
En paz.
lunes, 6 de julio de 2009
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