jueves, 25 de junio de 2009

La Jornada: Vox populi

Vox populi
Miguel Marín Bosch


Hay elecciones que provocan un enorme bostezo. Así ocurrió en los recientes comicios para elegir al nuevo Parlamento Europeo. No hubo mayor entusiasmo del electorado en los 27 países que integran la Unión Europea (UE), salvo para castigar a los seguidores de los partidos socialdemócratas. Se dijo que los europeos, sobre todo los jóvenes, no saben lo que hace el Parlamento, y por ello no les interesa.

En otras elecciones la participación es grande y el entusiasmo de los votantes persiste aún después de los comicios. A casi 15 días de la elección presidencial en Irán, las manifestaciones populares han continuado (muy disminuidas), pese a que las autoridades han ido cumpliendo su amenaza de reprimirlas. Ahí los jóvenes (cuando menos en los centros urbanos) parecen muy interesados en desafiar al gobierno, exigiendo la anulación de la elección del pasado 12 de junio.

Lo cierto es que los electores iraníes no tuvieron mucho de donde escoger. Los cuatro candidatos presidenciales son un producto del aparato político que los clérigos instauraron en ese país tras la huida del sha en 1979. En teoría es un sistema presidencial democrático. Pero en realidad quien detenta el poder es el líder espiritual de esa república islámica, el líder supremo, el ayatola (¿con el dedo?) Alí Jamenei. Al presidente se le permite dirigir el rumbo de la economía y poco más. El líder supremo es, como diría en cierta ocasión un presidente mexicano, el fiel de la balanza. Él define el margen de maniobra de los políticos iraníes.

¿Hubo irregularidades en la votación del 12 de junio? El ayatola, por medio del consejo de guardianes, dijo primero que sí y luego que sí, pero que no fueron importantes, y luego dijo que no, que no hubo irregularidades. El presidente Mahmud Ahmadinejad ha sido declarado el vencedor, mientras que su principal contrincante, Mirhosein Musavi, pide la anulación de la votación y elecciones nuevas. ¿Hasta dónde está decidido a desafiar al líder supremo?

En 1988 Cuauhtémoc Cárdenas no se atrevió a llevar su lucha a la calle, el presidente De la Madrid no anuló las elecciones, y el PRI y el PAN (con la anuencia del entonces FDN) hicieron un pacto que para muchos aún perdura hoy. ¿Dónde quedó la voz del pueblo? Los manifestantes en Irán y los que los apoyan desde el exterior se preguntan ¿dónde está mi voto? Pero agregan otra consigna: Allah akbar ('Dios es grande'). Todo cabe en un plan religioso, sabiéndolo acomodar.

Estamos ya muy acostumbrados a aceptar la democracia como una cosa buena. Hubo épocas en que la gente luchaba y moría por lo que muchos consideran un ideal de la sociedad organizada. Tenemos el derecho a elegir a quienes nos gobiernan. Pero, ¿para qué ejercer ese derecho si acabamos detestándolos?

En noviembre del año pasado los estadunidenses votaron por un cambio y lo están viviendo. El presidente Barack Obama ha devuelto un poco de esperanza al electorado de su país. A ver cuánto le dura. ¿Será la excepción que confirma la regla?

La democracia (o la semblanza de un sistema democrático) es hoy un requisito para muchas cosas. Si una nación no es democrática quizás no sea acreedora a un préstamo por parte de otra o de alguna institución financiera internacional; tampoco tendrá acceso a ciertas agrupaciones de países, como en el caso de la UE. En los debates internacionales sobre los derechos humanos la democracia ocupa un lugar prominente.

En estos días se debate en nuestro país qué hacer en la elecciones del 5 de julio. Ante un panorama político altamente desalentador y una mediocridad de candidatos, se ha ido abriendo un abanico de posibilidades. Unos quieren que se apoye a un partido, independientemente de los candidatos del mismo. Otros insisten en la abstención, mientras que algunos propugnan el voto nulo. También hay quienes proponen un voto comprometido con aquellos candidatos que hayan proclamado ante notario que legislarán una serie de medidas concretas.

La idea de votar se basa en un mito. Se cree que el voto es un mecanismo mediante el cual uno puede convertir su aspiración personal en una realidad al depositarlo en un candidato o un partido que lo represente en un cuerpo legislativo. El representante que hemos elegido será, a su vez, nuestro agente del cambio al que aspiramos. De ahí el éxito (relativo) de la propaganda del Partido Verde. ¿Quieres acabar con los secuestros? Aplícales la pena de muerte a los perpetradores. ¿Quieres medicinas gratis? Exígele al gobierno que te las pague si no puede proporcionártelas. Se trata de un ejemplo de cómo perpetuar el mito del voto. Tu voto cuenta, se nos dice, pero ya no nos la creemos.

Los bonos de nuestro Congreso están muy bajos. Nadie parece creer en el Poder Legislativo, aquí y en otras partes. En sus momentos de mayor rechazo, la popularidad del entonces presidente George W. Bush estuvo por encima de la del Congreso estadunidense y sus dirigentes. Vea los que ocurre hoy con el Parlamento británico. El caso del Parlamento Europeo no es, por tanto, la excepción.

Si el pueblo se harta de sus representantes, su margen de acción dentro de la legalidad del orden constituido es bien pequeño. Échenlos, dicen algunos, y elijan a un nuevo Congreso. ¿Han visto las listas de candidatos que postulan los partidos a las elecciones del 5 de julio? Están para llorar.

En abril de 1931 los españoles votaron, y botaron a la monarquía. Se instauró la Segunda República. El voto de los ciudadanos sí contó en esa ocasión. A las fuerzas en el poder no les gustó la República y la desafiaron, primero en las urnas y luego con las armas. Y ese es el dilema de la democracia. Sirve mientras sirva a los grupos que en realidad detentan el poder. Por ello el voto del ciudadano es contado escrupulosamente (o eso creemos), a sabiendas de que a la postre no cuenta.

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